Tratando de arrullar a mi hijita, llevaba ya un buen rato, sonando el Tambor.
Propiamente no es un Tambor lo que tengo acá. Es un “Mar”, me lo regalo o compenso por servicios prestados mi hermano Paolo, atelier al que nunca dejare de admirar. El Marcito me deleita antes de la Luz y a veces cuando deja tiempo la cotidianidad de su cuidado, con su compleja forma de sonar y relajar.
Moviéndolo con habilidad, serenidad y paciencia me trae el sonido de las olas, los ríos y las cascadas. El fluir armonioso, poderoso y tierno del agua; pero también su latido al golpear sus paredes templadas y finas.
Me ha acompañado fiel, no obstante mis “infidelidades” cuando me han llegado otros tambores o instrumentos sanadores.
Más que al músico, yo encuentro en el instrumento, al brujo que puede conectarse con el Dios que equilibra, armoniza,… “sana” esos rollos de uno y de los seres que comparten esta historia que vivo.
Él es como esos seres que en la vida de uno están ahí, amorosos siempre, pero como sabemos que están ahí no les damos mayor protagonismo, solo están ahí -, solo acontecimientos extraordinarios los sacan de la sombra y nos muestran la dimensión de su Luz.
De a poco el sonido se fue acoplando al aire que respiraba y en ese ritmo, fluyó a mi recuerdo las invocaciones de los taitas en la ceremonias que hemos vivido y que siempre evocamos en el tabaco y el fuego. Con el permiso del Padre, se juntaron los vivos de arriba y de abajo; en las energías de las cuatro direcciones, la vida empezó a latir. Jugueteaban en mi ensueño seres de formas conocidas o de otras formas disformes, en una confusa belleza, llenaban mi corazón de paz…
Fue un instante, ¿cuánto duro? No lo sé……
Del golpeteo que mi mano hacia sonar en el cuero templado, a veces sutil, otras rápido, otras ágil y feliz, surgió una forma que revoloteaba mi cuerpo y mi flama. Una suave brisa llevaba el revoloteo que de cuando en cuando golpeteaba en lugares bien definidos de mi cuerpo. Era como un Colibrí de colores entéricos que picoteaba en infinita rapidez y suavidad.
A cada toque: me estremecía, soltaba, liberaba, me llenaba de Paz, silencio y Luz.
En un momento lo tuve de frente, supe de su mirada,… era un haz de Luz que sin voz me decía: así, así, así….
Fue un instante, ¿cuánto duro? No sé.
Luz, mi hijita ya estaba dormida a mi lado, la bese, la cargue hasta su cuna, guarde el “Mar” en mi altar junto a los gatos y murmurando como siempre: gracias, te amo, gracias, te amo, gracias, te amo,… sonriendo feliz y en paz mi cuerpo y yo nos fuimos a dormir.
Cesar Ayala Torres
Erika Villarreal
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